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ENOLOGIA

EL MINOTAURO Y ARIADNA - 02

Por: Jaime Ariansen Céspedes - Instituto de los Andes 

La Historia del Vino -  Dionisos Cap: 12 

Teseo partió decidido rumbo al palacio del rey Minos, donde casualmente fue recibido por Ariadna, y de inmediato surgió una gran atracción entre ellos, que permitió a la joven princesa comprender los airados reclamos de Teseo y le manifestó que estaba segura que su padre lo dejaría encontrarse con el Minotauro, pero aunque lo venciera no podría salir nunca del perfecto laberinto.

Entonces Teseo solicita ayuda y Ariadna acepta ser cómplice en esta aventura contra su padre y entrega al joven héroe un ovillo con hilo de oro que debería ir desenrollando en su camino rumbo al duelo con el monstruo, que se realizaría en el mismo centro del laberinto.

Los dos jóvenes planearon toda la operación y la realizaron exactamente, el rey Minos aprobó el duelo de Teseo con el Minotauro, teniendo la certeza que en el muy improbable caso que Teseo derrotara al fantástico ser, no podría salir jamás del laberinto y nadie se enteraría del resultado de la pelea.

 

Teseo, entró y luchó en un largo y sangriento combate con el Minotauro, hasta que su espada mágica pudo más que los afilados cuernos y mató al monstruoso toro,  después pudo volver recorriendo el camino a la inversa siguiendo el hilo de oro que le había proporcionado Ariadna, pero todavía quedaba el problema de burlar a los soldados de Minos que prácticamente rodeaban el laberinto de Cnosos.

Escondidos en un lugar secreto cerca a la salida lo esperaban Icaro y su padre Dédalo, con sus alas de cera desplegadas para ayudarlo en la huida, de improviso llega a la escena Ariadna y reclama que la lleven también a ella, por que pronto el rey Minos se enteraría de su traición y sería severamente castigada.

Teseo accedió a la petición y los cuatro volaron hacia la isla de Rodas pasando sobre los atónitos guardias reales que no pudieron intervenir.

Después de la aventura del Minotauro, Ariadna  había creído que el amor que sentía por el joven héroe era correspondido y se entregó sin vacilaciones a una intensa pasión en los brazos de Teseo, pero sólo un tiempo después, el joven héroe,  le dijo que debía marcharse, por que tenía que proseguir con su peligrosa misión, todavía tenia que enfrentarse a la poderosa Medea y sus dragones y evidentemente no estaba para cargar con una nueva responsabilidad tan grande como el matrimonio que sugería la bella Ariadna.

En los siguientes días, Teseo le explica la importancia de sus tareas y la gran responsabilidad que había adquirido ante su padre, pero la joven enamorada no aceptó ni comprendió las explicaciones y quedó con el corazón destrozado al verlo partir sin esperanza de retorno.

 

Las siguientes semanas Ariadna las pasó desconsolada y decidida a dejarse morir de amor y también de inanición, nadie ni nada pudo convencerla, cada día era mayor su debilidad, sin que Dédalo ni su hijo pudieran hacer cosa alguna. Mediante un gran silencio demostraban su respeto por la decisión de la joven princesa y su propia frustración, por con todo su ingenio esta vez no podían inventar nada para hacerla cambiar de opinión.

 

Cuando de improviso comenzó a sonar en el ambiente una dulce y alegre melodía que lo inundaba todo con una especie de frenesí, era Dionisos y su comparsa, y apenas llegó se interesó de inmediato por la salud de Ariadna y le dio de beber su más preciado vino, junto con largas dosis de amistad y comprensión, escuchó y habló con respeto e inteligencia y en menos de lo que nadie hubiera imaginado, Ariadna estaba completamente curada.

 

Tres meses más tarde Dionisos y Ariadna se casaban en Cnosos, en una gran fiesta que fue comentada en todas las islas por muchos años. Con el tiempo, Ariadna se convertiría en la primera de las bacantes y sería reconocida en muchos lugares como la reina del vino. Los dos jóvenes amantes vivieron felices difundiendo alegremente las virtudes del vino, por los siglos de los siglos.

1 comentario

Zulai Marcela Fuentes -

Invocación de Ariadna

Eco en el silencio
prolongado por los siglos,
repercutes al final del laberinto.
Brote luminoso de tu boca,
te percibo como un hecho
porque existes,
porque sostenemos nuestro hilo.
Si no logra sucumbir el minotauro,
si murieras,
conmigo quedará su voz,
la tesitura.
Pero ileso
no me ofrendes
a la gula de Dionisos,
llévame a surcar el mar
de lo que no termina.