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ENOLOGIA

COMO SER UN EXPERTO... EN VINOS

Cómo ser un experto y no morir en el intento
 
Todos los que estamos ligados profesionalmente al mundo del vino, estamos de acuerdo en una cosa: es imposible conocer todos los vinos y espirituosos.

 

Margarita Lozano. Directora Wine Side Edition.

Creo que todos los que, de una forma u otra, estamos ligados profesionalmente al mundo del vino, estamos de acuerdo en una cosa: aunque nuestros días tuvieran 48 horas y las dedicáramos exclusivamente a estudiar, catar, visitar bodegas y zonas vitivinícolas (sin comer, ni dormir, ni nada de nada), nos sería imposible conocer todos los vinos y espirituosos del mundo. No me refiero a saber identificar lo que tenemos en la copa (variedad/es, país e incluso la zona de procedencia, añada…). Me refiero a encontrarnos ante cualquier referencia de cualquier país del mundo que llevara en el mercado al menos tres años, y que no nos fuera desconocida. Lejos de intimidarnos o desanimarnos, para la mayoría de nosotros, el sabernos eternos aprendices es una de las razones por las que amamos nuestra profesión.

Los que somos periodistas, críticos, distribuidores, sumilleres, compradores en general, etc., nos enfrentamos cada día al reto de actualizar y aumentar nuestros conocimientos. De la mayor o menor capacidad de cada cual para estar al día de lo que se cuece en este vasto mundo dependerá su credibilidad y su futuro profesional. Los que trabajamos en los medios de comunicación tenemos, como primera meta, conocer al dedillo lo que se hace en España y lo que, elaborado fuera, se vende en nuestro país. El interés por los demás productos viene después. Nos dirigimos al público (profesional o amateur) y, como es natural, intentamos y debemos dar una información lo más completa, veraz y actual posible.

¿Qué bodega no es consciente de la importancia que tiene que su vino sea comentado, referenciado o puntuado en revistas y guías, o que se hable de él en espacios radiofónicos o televisivos? Así, y con muy buen criterio por parte de los productores, los periodistas y comunicadores recibimos cada año miles de muestras, que constituyen nuestra primera fuente de información. No dejamos tampoco de asistir a presentaciones de bodegas, de libros, a miniferias y macroferias, a cenas y comidas ofrecidas por bodegueros o consejos reguladores, a catas, concursos… No paramos de viajar para visitar bodegas y viñedos, y por supuesto, estamos atentos a todo lo que aparece en internet, lo que se publica en prensa escrita, lo que se cuenta en radio y televisión… Devoramos las guías de vinos (todas) en cuanto salen…Y todo con un único fin: que no se nos escape nada: ni las añadas nuevas de vinos ya conocidos - que compararemos con las añadas anteriores (notas e impresiones de catas celosamente guardadas en el disco duro de nuestro ordenador) -, ni por supuesto las novedades.

Pues ni aún así llegamos. Y es que en los últimos años estamos viviendo un fenómeno que, por sus dimensiones, calificaría de inusual y exagerado. Hablo de la aparición incesante de nuevas bodegas y nuevos vinos. Las bodegas surgen en todas las zonas de nuestra geografía, con sus respectivos vinos. Y las ya existentes elaboran más y más referencias distintas, con gamas de extensión infinita que abarcan todos los monovarietales posibles, todos los coupages imaginables y cualquier tipo de vino: dulces, semidulces, blancos, tintos, rosados, espumosos…

Si bien es cierto que el desarrollo y crecimiento del sector es fuente de riqueza para las zonas de producción y que gracias a ello muchas regiones deprimidas han dejado de serlo, no hay que olvidar que el exceso puede provocar el efecto inverso. De hecho, hay mucho, mucho vino sin vender y ahora con esta crisis mundial, ya ni hablemos. Quizás ese sea uno de los efectos secundarios del “boom” de nuevas bodegas, y quizás el remedio que se quiere dar no sea el más adecuado: muchos crean nuevos productos o amplían gamas en un intento de llegar a todo y a todos, sin darse cuenta de que, ni el restaurador o el sumiller puede tener 10 vinos de su gama, ni el consumidor podrá -y a veces, ni querrá- conocerlos todos; además, la bodega tendrá la dificultad añadida de crear, no ya una imagen de marca, sino de consolidarla en el mercado y soportar los costes añadidos de tanta diversificación. Y ya lo dice el refrán, el que mucho abarca, poco aprieta. En mi opinión, es bueno innovar y sorprender, pero ante todo, hay que marcarse la meta de hacer un vino rico, consolidarlo en el mercado y garantizar la regularidad de su calidad. Aquellos que lo consiguen nos dan con cada nueva añada, la más agradable de las sorpresas.

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